lunes, 23 de junio de 2008

El principio...






Al comenzar este curso sobre educación y nuevas tecnologías yo estaba de vacaciones, un poco tarde, pero vacaciones al fin. Así que no pude presentarme, ni hablar sobre la ciudad donde vivo. Entonces, pienso que un buen comienzo de blog sería tratar de hacer un breve recorrido por los hermosos lugares donde estuve.


Salí de Salta “la linda” y en ómnibus recorrí 5.400 km, aproximadamente en 19 días, sin contar el viaje en avión hasta Salta desde “la ciudad de las furias”, Buenos Aires.








El 25 de abril yo estaba en el sur Perú, en la “ciudad blanca”. Arequipa debe su apodo a que sus más bellos edificios, mu
cho de ellos del tiempo en que gobernaban los españoles, están construidos con sillares de piedra volcánica, ya que la ciudad está rodeada de tres volcanes, el más cercano llamado Misti. Después de Cusco es la ciudad que ofrece más arquitectura colonial de Perú. Está situada a unos 2.300 metros sobre el nivel del mar. Para llegar a ella crucé hacia Chile por el paso de Jama, en Jujuy, a 4.800 metros sobre el nivel del mar. Pasé por Pedro de Atacama, Calama, Iquique, Arica y de allí cruce a Tacna. En Tacna tomé otro ómnibus que me llevó a Arequipa.




De allí partí al Cañón del Colca, que tiene una profundidad de 3.182 m, dos veces más hondo que el Gran Cañón del Colorado. En el pasado, los quechuas regaban estrechas terrazas de tierra volcánica a lo largo del borde del cañón para cultivar quinoa, cebada, papas, dependiendo de la altura del lugar de cultivo. Estas terrazas preincaicas se siguen utilizando hoy. En este cañón es hermoso avistar cóndores, que vuelan según las corrientes de aire que pasan entre las montañas.






















“El ombligo del mundo”, como los incas llamaban a la capital del Tawantinsuyo, Cusco, es una ciudad donde se respira el orgullo de los incas y, lamentablemente, el yugo español. A uno lo rebela imaginar los bellos edificios y templos incas, con sus magníficos encastres de piedras, y sus adornos de plata y oro destrozados y saqueados para erigir, sobre todo, templos católicos. Hay una contradicción en este pueblo que, por un lado se siente heredero de sus raíces quechuas, de sus antepasados incas, artífices del mayor imperio de Sudamérica y, por otro, practica fervientemente la religión de sus conquistadores. Hay en Cusco un fuerte sincretismo que se refleja en las ceremonias religiosas.





Estar en Machu-Picchu es, sin duda alguna, “una experiencia religiosa”. Uno mira el lugar, las construcciones, el aire límpido, cómo el sol, cierto día despliega un único rayo por un único lugar, por determinado espacio… cómo el agua corre por acequias que se construyeron hace más de 600 años… Cómo construyeron un camino que al norte llega hasta Colombia, y al sur hasta nuestra Mendoza. Nadie descubrió esta ciudad hasta 1911, a pesar que los españoles la buscaron incansablemente… Una civilización que se sostenía por el trabajo incansable de un pueblo que adoraba a su inca, representante de su dios Sol en la tierra, quien no les hacía faltar ni ropa, ni comida. Una administración perfecta en un imperio extenso, formado por distintos pueblos, con diferentes culturas.



Alrededor de Cusco hay varias pueblos de la época incaica que siguen manteniendo su cultura y su manera de vida, como Pisac u Ollantaytambo.




















A la vera del lago Titicaca, el más alto del mundo, a 3.800 m sobre el nivel del mar, se encuentra la ciudad de Puno. Allí uno se aloja para ir a visitar las islas de los Uros, unas 40 islas artificiales hechas de totoras. Los isleños van entretejiendo las raíces de las plantas y las atan al fondo del lago. Tienen que renovar el suelo de las islas cada dos semanas, sus barcos y sus casas son también de totoras. Los uros no son ni quechuas ni aymaras y con anterioridad a los incas vivían cerca de Oruro, en Bolivia. Se establecieron allí para huir y esconderse del dominio inca.




De Puno, directo a La Paz, a 3650 metros sobre el nivel del mar. Su población guarda con mucho respeto sus tradiciones más antiguas.



Oruro, Villazón, La Quiaca, Humahuaca. ¡Qué bonito es  también mi país! Humahuaca, con sus cerros de colores, su monumento al indio, su tranquilidad, su gente cordial. Allí hay que hacer cola para esperar en un cíber lugar para conectarse. Los adolescentes y niños invaden esos lugares en busca de chateo y jueguitos en red.


Tilcara, Maimará, Purmamarca, San Salvador de Jujuy, y
 otra vez en Salta, a disfrutar de la Quebrada del río Las Conchas y de Cafayate, con sus bodegas para degustar un buen vino regional.
Estas fueron mis vacaciones, las incluí para poder compartir un poco de nuestras raíces y nuestros paisajes con ustedes.